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Contradicciones de una madre pediatra

El hecho de tener hijos aporta un nuevo color a la forma de asumir una profesión ligada a la infancia, como es ser pediatra. Supongo que algo similar les ocurre a maestros, psicólogos u otros profesionales que en su día a día trabajan con niños y luego viven con niños en sus hogares.

La empatía es la clave

En ese camino en la empatía, sucede que si has vivido situaciones similares a la que otras personas te explican, la comprensión es mucho mayor. Y se cumple una frase que antes de tener hijos, me fastidiaba mucho al oír –de forma similar a cómo te fastidian algunas expresiones de tu madre hasta que la haces abuela y te observas a ti misma repitiéndolas-, y que ahora puedo asegurar que es bien cierta: ser padre o madre te hace mejor pediatra. Y no porque los conocimientos aumenten por generación espontánea al ritmo que crece tu barriga de embarazada, sino porque hay una parte de ti que comprende a la perfección lo que los hijos “hacen sufrir” y la forma cómo se modifica tu escala de valores y tus prioridades en la vida.

De esta manera se comprenden de otra manera las lágrimas que la madre de un recién nacido vierte sobre tu mesa en la consulta por un cólico a destiempo, la cara de susto de unos padres a los que informas que tienes que hacerle a su hijo una punción lumbar, o la negativa de otros a realizar algunas pruebas invasivas.

Más flexible gracias a la maternidad

Todo ello acaba llevándote a ser mucho más flexible con algunas decisiones médicas, pues existen muchos casos en los que las cosas no son blancas o negras y se puede dar a los padres la opción de consensuar una decisión respecto a la salud de sus hijos.  Muchas familias, con la información en sus manos, acaban preguntándote sobre qué harías tú en su lugar (y con tu hijo/a). Y la respuesta no es tan sencilla. En mi caso, que soy muy poco intervencionista, siempre opto por decidir hacer las menos pruebas posibles y dar la menor medicación posible. Otras veces, el asunto está claro y es necesario emplear toda la potencia que la medicina nos ofrece y no dudar en hacerlo así.

Contradicciones en casa

Con mis hijas he tenido escasos momentos de contradicciones por el hecho de ser a la misma vez madre y pediatra. Quizá porque, afortunadamente, han enfermado muy poco. Aparte de que hay síntomas a los que no hago ni caso (como, por ejemplo, que tengan mocos), por lo demás casi todo han sido síntomas y enfermedades comunes, de fácil resolución. En pocas ocasiones creo recordar haber perdido la objetividad. En la que me llega a la memoria con más facilidad, mi hija mayor era un bebé de pocos meses y tuvo una gastroenteritis con muchísimas diarreas y escasa ingesta. Después de dos noches en vela con la niña irritable y cambiando pañales y sábanas, tuve mis dudas sobre el bienestar de la criatura. Y también sobre mi capacidad para evaluar la situación con objetividad. Me di el plazo de unas horas para que le echara un vistazo alguno de mis compañeros. Finalmente las cosas mejoraron y me acabé “apañando” yo sola como casi siempre.

En otros momentos, me ha tocado ser “el ojo objetivo” con los hijos de otros pediatras y con los hijos de mis amigos. Reconozco que pierdes un poco el enfoque cuando hay vínculos emocionales de por medio. Y eso no siempre tiene que ser negativo, pero es algo a tener en cuenta. Pues no está mal recordar que existe aquello que en medicina conocemos como el síndrome del “recomendado”.

Amalia Arce

Pediatra y autora del blog Diario de una mamá pediatra

Publicado el 13 Dic, 2011

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